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miércoles, 16 de julio de 2008

Promesa de Gol (Cuento inédito)

1.

Cinco años seguidos, mijito. Cinco años saliendo campeones o pentacampeones, como le dicen en la tele. Y nada tienen que ver con los arbitrajes como dicen algunos envidiosos. O con el hecho que ayudábamos con algo de plata a los jugadores. Nunca nadie defendió esta camiseta por interés. Aquí llegaban los mejores porque sabían que en este club las cosas se hacían bien. Así de simple. Con decirle que la temporada ‘85 salimos campeones invictos, fuimos el equipo más goleador y tuvimos la defensa menos batida. Apenas nos metieron cinco goles. Y todos esos goles, pero todos, porque el arquero de ese año, el Loco Huerta (Dios lo tenga en su santo reino) era lo que se llamaba negado para jugar bajo la lluvia. Todos sabíamos que si llovía a la hora del partido, algún gol iba a regalar y nunca nos equivocábamos. Ese año, como le dije antes, fueron cinco los que le metieron. Y todos igualitos. Salía a cortar un centro y justo cuando parecía que la tenía segura, se le soltaba increíblemente de las manos y con la pelota ahí mismo en el área, dando botes, el delantero rival sólo tenía que puntearla. Nunca logré entender lo que le pasaba. Pero el hecho es que uno de los mejores arqueros que he visto pasar por este club regalaba goles bajo la lluvia. Menos mal que ese año la final la jugamos con cielo despejado y 35 grados de calor.

Pero de todos esos cinco títulos, el que más recuerdo es sin duda, el último, el del año ’88. Cómo olvidarlo si de delantero teníamos a un cabro rubio, patas flacas y goleador como él solo: el Lucas Tudor. No era el de verdad, por supuesto. Ése ya se había ido para Europa o no sé dónde después del Mundial Juvenil del año anterior aquí en Chile. Pero éste, el de nosotros, era mejor todavía. Y como el Miranda había colgado los chuteadores el año anterior, nos cayó del cielo. Si lo hubiera visto Arturo Salah ese año se lo lleva a Colo-Colo seguro. Es que este cabro, mijito, la metía en el arco hasta cuando le pegaba con la espalda. Y por si fuera poco, junto con este goleador de raza, teníamos un equipo de puros guerreros que lo dejaban todo en la cancha, siempre. Qué Bonvallet, motivación ni que ocho cuartos! Esos jugadores se motivaban solitos. Llevaban al deportivo en el corazón y se notaba. Con decirle que salían a la cancha con una cara que daba miedo mirarlos. Yo he sido dirigente de este club durante 29 años ininterrumpidos y nunca me he sentido más orgulloso de un plantel que del que teníamos el ‘88. Me ponían los pelos de punta verlos jugar en ese entonces y ahora que le cuento y me los imagino, se me vuelven a poner, ve?

Como le decía, ése año, a pesar del Lucas Tudor y todos los guerreros del equipo, el campeonato, bah, qué campeonato, la final mejor dicho, fue sufrida. Y la recuerdo con lujo de detalles, como si hubiera sido ayer. Con decirle que hasta me acuerdo de la gente que estaba en el camarín antes del partido, de toda. Yo siempre me acuerdo de esas cosas. Había venido desde Europa uno de mis hijos, el que le conté que se casó con una gringa que conoció aquí mismo en Valparaíso y lo llevé a la cancha para que viera que el fútbol en Chile también se juega bien y que el Club Deportivo Alianza era un ejemplo de buen futbol. Entonces, ahí estábamos en el camarín, mi hijo y yo, los dirigentes en pleno, los jugadores, el entrenador que en ese tiempo seguía siendo el profe Fuentealba y el Mora, que era al aguatero y que por superstición, se había puesto el mismo polerón rojo que había usado el año pasado, en la final contra el Cruz del Sur. Todos sabíamos de la importancia del partido y que los títulos anteriores no valían de nada. El único título que importaba era el que se empezaba a disputar en 15 minutos y terminaba después de 90. “El fútbol es presente y la vida también”, les dijo el profe al final de la charla y nunca se me olvidó. Después que terminó de hablar el profe Fuentealba hicimos el grito de guerra liderado por el Bernales: “Ceache iii, ele eee, chi, chi, chi, le, le, le, Club Deportivo Alianza de Chileeee!” Y cuando los cabros salían del camarín a firmar la papeleta y yo me aprestaba a ir a sentar a las graderías con mi hijo y quizás de lo puro nervioso que estaba con lo del partido, se me ocurrió decirle al Lucas Tudor: “Oiga, Luquitas, si hace un gol me lo dedica, estamos?. “Dos, me respondió. Le prometo que hago dos goles hoy día”. Y me cerró el ojo. Como usted entenderá, mijito, después que el goleador del equipo me hizo tal promesa, me fui junto a mi hijo rumbo a las graderías, mucho más tranquilo.

2.

El primer tiempo de ese partido fue parejo y sobre todo, intenso. No se dieron respiro en ninguna parte de la cancha. Los defensas estaban impenetrables y el mediocampo era un campo de batalla. El equipo no marcaba diferencias y el Lucas Tudor no la agarraba ni por si acaso y la verdad, no era porque el cabro no se estuviera entregando por el equipo, sino que era más bien porque los defensas del Deportivo Unión Cerro Alegre no lo dejaban ni respirar. El entrenador de ellos había puesto dos jugadores que lo seguían a todos lados y le pegaban de lo lindo. Así cómo iba a hacer goles! Lamentablemente, el hincha no siempre es de lo más comprensivo y observador y como además se olvida fácilmente de sus ídolos, la agarraron con el pobre goleador. Al principio fueron un par de comentarios y algún grito perdido. Sin embargo, los últimos cinco minutos del primer tiempo esos comentarios y gritos perdidos se transformaron derechamente en puteadas en contra del Lucas Tudor.

Cuando el árbitro terminó el primer tiempo, como buen dirigente y también por superstición (porque no sólo el Mora tenía sus rituales) me fui hacia al camarín como lo había hecho en todas las finales anteriores. Eso sí, dejé a mi hijo en las graderías. No me parecía correcto, me entiende? Al profe Fuentealba le gustaba dar la charla del entretiempo entre los que éramos no más y yo no era quién para aguársela. Uno como dirigente eso lo sabe porque, como se dice, conoce los códigos porque no solo los jugadores conocen. Los dirigentes de fútbol, también. Entonces, cuando llegué al camarín en busca de las palabras alentadoras del profe me encontré conque la cosa no andaba bien. Los jugadores, todos, sin excepción, discutían y se echaban la culpa unos a otros de no poder haber hecho un gol todavía. El profe Fuentealba los miraba no más y movía despacio la cabeza, como decepcionado. De repente, en medio de la discusión, el Pedro Cruz, el 6 que teníamos, se fue encima del Juanito Osses directo a pegarle un puñete y ahí claro, la cosa se puso demasiado fea y lo tuvieron que parar entre varios porque el Cruz era una bestia y si agarraba al Osses, que era flaco, chico y patas chuecas, lo mataba ahí mismo.

Cuando las cosas finalmente se calmaron y el profe Fuentealba dejó de mover la cabeza en señal de decepción, sólo atinó a decirle a los jugadores que los títulos se ganan en equipo y que él no veía por dónde íbamos a ser capaces de conseguir el quinto campeonato si entre los jugadores no hacían más que criticarse y reventarse cada vez que alguien se equivocaba en un pase o no llegaba a las coberturas. Les dijo que era imperioso (esa misma palabra usó porque el profe de hablar sabía) que cambiaran la actitud y que mejor se quedaran en el camarín o se fueran para la casa si no iban a salir a luchar juntos. Desde luego, nadie se quedó en el camarín ni se fue para la casa. Uno a uno fueron saliendo en dirección a la cancha.

3.

Cuando el Cerro Alegre metió el 1-0 un escalofrío me recorrió el cuerpo. A pesar de las palabras antes de salir al segundo tiempo, el equipo se caía a pedazos. Y con la expulsión del bruto del Cruz a casi 20 minutos del final, la verdad es que las esperanzas eran muy pocas. La barra entonces, decepcionada, la agarró de nuevo con criticar a los jugadores y en especial con el Lucas Tudor que a estas alturas ya ni tocaba la pelota y se llevaba todas y cada una de las puteadas. Era como si la gente creyera que la solución al problema era descargar la rabia precisamente con el único jugador que podía salvar al equipo. Entonces no aguante más y me fui a la cancha a exigir lo que era mío. Porque como el goleador me había prometido dos goles, tenía que cumplirme. Las promesas funcionan de esa manera, no le parece? Y ya sé que quizás el Lucas Tudor lo había dicho por decir, pero yo lo conocía y le tenía una fe más grande que una casa y sabía que el era capaz de sacar ahí mismo del hoyo a nuestro glorioso club deportivo. Por eso lo hice, por eso me fui a un lado de la cancha y lo llamé y le dije lo que le dije. Porque yo puedo ser muchas cosas pero chueco no soy y traidor tampoco. A mis jugadores yo los defiendo y cuando están mal, los aliento. Y en este caso, el Lucas necesitaba una palabra no más, un recordatorio.

- ¿Por qué no se deja de leseras y cumple con la promesa que me hizo en el camarín?, le dije, ahí, a un lado de la cancha.
- ¿Cuál promesa?, me respondió.
- Los dos goles, poh, mijo. Los dos goles que yo sé que usted puede hacer en estos 10 minutos que quedan.
- En serio?, me dijo.
- Y claro que es en serio, puéh!, le dije bien fuerte.
- Y entonces por que me gritan y me putean tanto?, me respondió enojado.
- Bueno, le dije, las puteadas y los gritos son de gente que no le tiene fe y yo sí le tengo y bastante. Y si bajé hasta aquí es porque no puedo hacer nada para callarlos pero usted sí y sólo eso quería recordarle.

Lo que me tocó presenciar después de esa pequeña conversación con nuestro delantero no se lo he visto ni a Leonel Sanchez ni a Carlitos Cazely y menos al “Bam-Bam” Zamorano. De hecho, soy un convencido que cosas como esas tienen que pasar en canchas chicas y perdidas porque de televisarlas, quedaría la embarrada. Imagínese pueh, si todo el país hubiera visto lo que le pasó a este cabro! Como le decía, después del recordatorio al Lucas Tudor quise volver a sentarme al lado de mi hijo para ver el partido pero mientras subia los respectivos peldaños de la gradería me di cuenta que la gente se paraba de los asientos y abría la boca y por un momento crei que llegaba pero fue cuando se empezaron a agarrar la cabeza que supe que no tenía tiempo y me di vuelta rápido para ver por sobre mi hombro derecho como el Lucas Tudor terminaba de pasarse al arquero y así, despacito y de zurda la metía adentro del arco del Cerro Alegre. Para qué le cuento como estaba el estadio. De verdad pensé que iba a explotar y nos íbamos a quedar sin cancha! Mi hijo, en menos de un par de segundos ya estaba al lado mío, abrazándome y saltando y yo, a esa altura estaba tan sorprendido como emocionado. Y no es que creyera que porque habíamos hablado, usted sabe, el Lucas Tudor y yo, el cabro había hecho lo que había hecho. Si no que, cómo le explico? El fútbol y el Deportivo Alianza son mi pasión, mi familia, mi vida y ver como la gente volvía a creer en el equipo y este cabro volvia al sitial que le correspondía me llenaba de orgullo y le daba sentido a mis años de dirigencia. Porque ser dirigente no es fácil. La gente cree que es una pega que la puede hacer cualquiera pero ya los quisiera ver teniendo que convencer jugadores y entrenadores, asegurandose que la camisetas y los chores esten listos para los partidos, organizando bailables, haciendo el turno, entre tantas otras cosas. No, mijito, no es nadita de fácil.

4.

1 a 1 estábamos entonces. Quedaban 7 minutos y para qué le cuento como estaba de nerviosa la barra. Lo que estos gallos no sabían era de la promesa. Por eso cuando me miraban con cara de “y, no estái preocupado?” yo les cerraba el ojo y con la manos les hacía así, “tranquilos, tranquilos”. Y fue justo ahi, depues de hacerle con las manos y volver la vista a la cancha que pasó lo que pasó. El Lucas Tudor arrancó por la derecha y cuando le salió el lateral, tic, amagó como que se iba por afuera y rapidito y con un toque corto se metió para adentro y lo dejó sentado y ahí no más enfilo rumbo al arco. Con la habilidad que tenía yo sabía que iba a llegar hasta la cocina y cuando le salió el central, tac, le movió el hombro como que se iba hacia adentro y con el borde externo se la llevó para la izquierda y el defensa, un cabro que era marino y no era nada de malo, quedó masticando tierra. Ahi mismo levantó la cabeza y preparó la pierna derecha para fusilar al arquero.

Yo sé que usted esta esperando que le diga qué pasó despues del gol. El segundo, el que me había prometido. Y de no haber sido por el Sanhueza lo hubiera hecho con lujo de detalles. Pero el gol nunca llegó. El Sanhueza, volante de contención del Cerro Alegre era mal intencionado de verdad. Lo que usted ve ahora con la FIFA y el “fair play” el Sanhueza se lo metía por ahí mismo. Pasaba la pelota o el jugador pero los dos, nunca. Y esta vez, el muy desgraciado le hizo honor a su fama y cuando el Lucas Tudor levantó la pierna derecha para rematar, este animal se metió por el lado izquierdo y sin que nuestro delantero lo viera (de haberlo visto estoy seguro que también lo hubiera amagado) se barrió para quebrarle la pierna izquierda. Sólo para eso. El ruido del hueso lo escuché como si hubiera estado al lado. Si, tal cual. Tibia y peroné. No hizo ningun intento por tocar la pelota. Tan terrible fue la patada que ni sus compañeros salieron a defenderlo cuando se le fueron encima cuatro de nuestros jugadores y el aguatero. Hasta el árbitro se hizo el loco. Después de sacarle tarjeta roja se guardó el pito y no sacó ninguna tarjeta más a pesar de la pateadura que se comió el Sanhueza. Imagínese.

Y ahí estaba el pobre Lucas Tudor, abatido por el dolor esperando que el Becerra llegara con la camioneta que lo llevaria al hospital. El dolor que sentía el cabro se podia sentir en el ambiente pero el que sentia por no haber podido meter el segundo, sólo los sentíamos él y yo. El sabía tan bien como yo que de no haber sido por ese animal en este mismo minuto estaríamos celebrando y la gente del deportivo lo estaría llevando en andas al camarín para luego ofrecerle vino y comida y una vez comidos y tomados, pedirle perdón por las puteadas y la falta de apoyo. Y el Lucas Tudor, educado como siempre, solo habría dicho que no importaba, que entendía como son las cosas. Pero no pudo ser. No podría ser. Sin tibia ni peroné, el Lucas Tudor no se podía levantar y meter ese tan preciado segundo gol.

- Disculpe, don Miguel – me dijo mientras todavía estaba en el piso aguantándose el dolor.
- No se preocupe, mijito - le dije aguántadome las lágrimas.
- Era gol, don Miguel, era el segundo gol – repetía mareado por el dolor.

El partido lo terminamos ganando en penales. El Lucas Tudor no volvió a jugar nunca mas. Entre la operación y la recuperación nunca pudo volver a ser el mismo y por eso prefirió colgar los chuteadores. Y lo entiendo. Si yo hubiera sido él, hubiera hecho lo mismo.

5.

Lo veo poco al Luquitas pero ayer me lo encontr
é camino al mercado. Alto y flaco como siempre se acercó a darme un abrazo. Me preguntó por el equipo y cómo andábamos este año. Se disculpó por no irme a ver a la casa y le dije que estaba bien, que no se preocupara. Me contó de su hijo y que se estaba probando en el Everton de Viña del Mar. Le pregunté de qué posición jugaba y me dijo que como él, era delantero. Ojalá juegue la mitad de lo que jugabas tú, le dije medio en serio medio en broma. El Lucas Tudor se rió de buena gana. Me dijo que si no resulta lo del Everton lo va a traer al deportivo. Y que este fin de semana sí que se da una vuelta por la cancha. Nos despedimos con abrazo fuerte. Le dije que se cuidara. "Cuídese usted también", me respondió amable como siempre.

Despu
és de comprar lo que tenía que comprar en el mercado me fui caminando a la casa y me puse a pensar en la final aquella. Y justo hoy usted viene a la cancha y me pregunta por alguna anécdota, por algún recuerdo y yo por supuesto no me demoré nada en acordarme del pentacampeonato como le dicen en la tele, del profe Fuentealba y sus enseñanzas, del bruto del Cruz y su expulsión, del Mora y sus supersticiones, de mi hijo en Europa y sobre todo del Lucas Tudor y de sus goles y de la mala suerte de cruzarse con el desgraciado del Sanhueza que no lo dejó cumplir su promesa en la final por allá por el año '88. De todo eso me acordé mientras caminaba de vuelta a mi casa y usted justo que me pregunta. Qué coincidencia, mijo. No le parece?

5 Comentarios:

Sandi dijo...

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Anónimo dijo...

que wena...de donde lo sacasre...esta buenasa la historia .....es de aquel autor que siempre te ha gustado?

Jose M. Burgos dijo...

Este cuento es mio. Lo termine de escribir hace unos dias atras. Lo tenia inconcluso, de verdad te gusto?

Cuando venis por aca?

Anónimo dijo...

es serio..esta bueno....no tengo idea cuando ire para spgfld

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